Diario de Buenos Aires

9.10.06

El Mate

Visto desde unos treinta metros, Julián parece un viejo rockero. Tiene cierto parecido a Juanse de los Ratones Paranoicos, pero sin guitarra eléctrica y sin lentes de sol. Visto a metro y medio, Julián sigue pareciendo viejo pero ya no tan rockero. Tiene una mirada que delata cierto cansancio, a pesar de que el reloj indica que es apenas el medio día de un sábado de septiembre y todavía falta mucho para que recoja los mates que hace unas horas colocó en el suelo y ahora trata de vender en Plaza Dorrego. Además de viejo, Julián parece un buen tipo. Le acabo de decir que quisiera comprar un mate pero que no tengo la menor idea de cómo prepararlo, y se ha puesto a explicarme el proceso de curado, que la primera noche debo lavar el mate con agua caliente, llenarlo de yerba usada, y dejarlo reposar. Se supone que debo repetir la operación por dos o tres noches. Lo que no me dice es de donde sacar la yerba usada. Julián ofrece mates de precios muy variados. Los hay desde diez pesos, digamos casi del tamaño de una tacita de café, hasta otros de treinta pesos, digamos para compartir con un equipo de fútbol. Como no tengo un equipo de fútbol, pero tampoco quiero parecer un tacaño, le pido uno de quince pesos. Al final creo que igual me vio cara de tacaño porque me lo rebajó a doce. Ya decía yo que era un buen tipo este Julián, que ahora me explica cómo es que se hacen estos pocillos. Así, mientras me entrega mi vuelto, me voy enterando que acabo de pagar doce pesos por una calabaza vacía.

La variedad de yerba mate puede llegar a confundir a un cebador inexperto: yerba mate canchada, elaborada con palo, despalada, tostada, adelgazante, mezclada con otras yerbas. Tomo un paquete de yerba La Tranquera, elaborada con palo, y me dirijo hacia la caja del supermercado, donde me sentiré un poco extraño al pagar esta compra. ¿Por qué toman mate los que toman mate? Luis, un mochilero uruguayo de regreso a Montevideo, ofendido, me responde con otra pregunta: Y tú, ¿por qué tomas café? Según Renzo, un peruano que no hizo suya la costumbre de tomar mate, esta bebida tiene efectos adelgazantes. Dice que su ex novia empezó a tomar mate y ahora esta irreconocible.

Las recomendaciones para los novatos en el arte de cebar la yerba indican que el agua no debe dejarse hervir, por eso apago la hornilla al notar los primeros humos. Me pregunto qué efecto tendrá fumarse un porro de Ilex paraguariensis. Lleno mi termo con el agua caliente y me encierro en mi habitación, ansioso por empezar mi experimento. Como casi siempre fui un impaciente, paso por alto el proceso de curado del mate, y lo lleno de yerba en casi tres cuartas partes. Se supone que debo verter el agua poco a poco, por el lado donde está la bombilla, es decir, este palito de metal que hace de sorbete. Tengo que esperar dos minutos para que la yerba absorba bien el agua, y luego aumentarle un poco más. Creo que no me gusta esperar. Me sorprende mi propia impaciencia. ¿Quién habrá establecido esto de los dos minutos? Vuelvo a verter agua sobre el mate, esta vez casi hasta el borde. Salen burbujas. No sé si eso es bueno o malo. Supongo que tengo que esperar otros dos minutos para que coja saborcito. Uno, dos minutos. A ver. Este es uno de los momentos en que uno tiene la mente en blanco y espera descubrir un nuevo mundo a través de las papilas gustativas. Siento un sabor un poco amargo. Como hace un momento, no sé si eso es bueno o malo. La verdad es que me siento bastante extraño chupando un palito mientras sostengo un objeto redondo con la mano. Otro poco más de agua. Tengo la impresión de que todo sería más fácil si lo vendiesen en bolsitas filtrantes. No calculo bien y el agua se cae por todos lados, mojo el piso y, al intentar colocar el mate sobre la mesa de noche, termino volcándolo sobre la cama. Siento que estoy haciendo un papelón pero me tranquilizo al recordar que estoy solo en mi cuarto. Segundo round. El sabor sigue un poco amargo. Algunas partículas se introducen por la bombilla y no sé si tragármelas o escupirlas. Me las trago, y me pregunto qué uso le daré al resto del paquete de yerba, dada cuenta de mi fracaso como cebador.

Es la tarde de un sábado de setiembre y en la Plaza Las Heras el sol asoma y los jóvenes y no tan jóvenes aprovechan para compartir un mate con los amigos. Tirados en el pasto, parecen ajenos al mundo, reunidos alrededor de un termo y un mate. En una esquina de la plaza, un tipo duerme sin un zapato y la media que luce parece pedir auxilio. A tres metros de él, una pareja adolescente parece no darle importancia pues sigue con sus mimos y, como casi todos en esta plaza, sigue tomando mate. El semáforo me indica que ya puedo cruzar la pista. Voy en busca de una Coca Cola.

Blues de la Soledad

Soledad. Hoy desperté a las diez y no se oía nada en el hotel. Apenas un ruido lejano de algún auto acelerando en la calle, casi imperceptible. El cuarto estaba desordenado y yo estaba solo. Hace días que estoy solo, al punto de sólo intercambiar palabras con los empleados que me cobran ciertos productos y servicios. Buenas. Cuánto es. Gracias. Hasta luego. O con algún policía para preguntar por tal o cual dirección. Soledad. Salgo del hotel y empieza a arremeter un fuerte viento que desnuda más a los árboles. Las hojas cayendo con fuerza estarían bien para una escena de alguna película, pero no para este momento en que me golpean la cara. Por mi lado pasa un perro escuálido. Hace días que lo veo vagar por estas calles. Me mira tal vez esperanzado en que le ofrezca algo de comer, pero pronto comprende que estoy tan solo y desorientado como él, y entonces sigue su camino a ninguna parte acompañado de nadie.

Si uno busca en Google la palabra soledad, encontrará como resultado quince millones seiscientos mil enlaces. El primero de ellos conduce a una web sobre Soledad Pastorutti. La Sole. Pero en este caso la Soledad no es un estado de aislamiento indeseado sino una muchachita con una voz potente y que en Internet se luce de espaldas con la camiseta número diez de Argentina. Además, Sole significa sol en italiano, y esta Soledad, me imagino, difícilmente se encuentre sola. Según el diccionario de la Real Academia Española, soledad puede ser la carencia voluntaria o involuntaria de compañía, un lugar desierto, o tierra no habitada, el pesar y la melancolía que se sienten por la ausencia, muerte o pérdida de alguien o de algo, o una tonada andaluza de carácter melancólico, en compás de tres por ocho. Al Pelado Cordera por las noches la soledad le desespera, y Sabina, ese español tan querido por solitarios y no tan solitarios bonaerenses, tiene una amante inoportuna que se llama soledad. La revista Viva, del diario Clarín, da cuenta de las soledades que agobian a las argentinas mayores de treinta, y en España, el treinta y cinco por ciento de la población entre veinticinco y cuarenta años vive sola. En Lima, el rockero Daniel F se queja de que el hombre del otro día está solo y está lejos de alguna historia de amor, y en Buenos Aires Alejando Dolina escribe cuentos donde se alquilan amigos entrañables para los solitarios que precisen de un abrazo. Una noche de Julio de 1998, Soledad Rosas murió en una cárcel de Italia y su muerte todavía es un misterio. Dicen que estaba sola.

Una forma eficaz de sentirse solo (y además de solo, pelotudo o por lo menos despistado) es salir a caminar por el centro de Buenos Aires un domingo por la mañana. La ciudad parece un pueblo fantasma, que apenas deja ver a algunos de sus habitantes más veteranos, ancianos que sacan a pasear al perro o gente tirada en el suelo, intentando protegerse del frío, a la que la soledad la encontró sin un lugar adonde ir. Cuando me siento solo, caigo en la cuenta de que soy uno más que no tiene adonde ir. Entonces salgo a caminar por las calles de Buenos Aires, sin poder evitar sentirme un poquito Charly García en su etapa más adolescente, y acaso más solitaria: Lejos, lejos de casa, yo tampoco tengo a nadie que me acompañe a ver la mañana.